EDITORIAL
DOI:
https://doi.org/10.51437/nj.v26i2.151Keywords:
N/AAbstract
Ser neurocirujano y desarrollar una práctica neuroquirùrgica es un privilegio y un honor, es el resultado de la pasión y el amor por nuestra profesión, pero a la vez es una carga enorme que llevamos sobre nuestros hombros, y nos puede agobiar con ferocidad y dureza. Tener en nuestras manos a diario la responsabilidad literal de las vidas de personas y personas que ponen a nuestra disposición sus cuerpos, enfrentar las familias, los amigos, los conocimientos cada vez más profundos y punzantes de los pacientes y sus allegados, las complicaciones y en ciertos casos la inesperada pero indefectible muerte, nos carga a diario el alma, y lo tenemos que soportar en silencio, porque tenemos por obligación que mantener la integridad y la fortaleza hasta en las horas más oscuras, para seguir guiando el barco.